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REPERT MED CIR. 2021; 30(1):89-97
de Medicina y Cirugía
estudioso de la malacología y yo tuvimos oportunidad de
saber sobre esta concha de tan importante valor. En vista
de que no encontrábamos suciente información sobre las
máscaras elaboradas en esa concha, Alonso, poseedor de
más de trescientas de esas máscaras, logró que la arqueóloga
ecuatoriana y encargada de una sección de las ocinas de
patrimonio del Ecuador, Estelina Quinatoa viajara a Bogotá
a conocer la colección. Estelina al ver la colección quedó
perpleja y nos contó que en su país en los museos no había
más de veinte de esas máscaras y que no existía un estudio
sistemático sobre ellas
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.
De la máscara colombiana, del Cauca medio, en donde se
asentó lo que se ha llamado estilo Quimbaya, se sabe que en
ese estilo hubo una predilección en el periodo tardío, 650
a 1600 d.C , por los adornos corporales en cobre, así como
hubo una predilección por guras humanas, tomorfas y
de recipientes en oro en el periodo temprano, 550 a.C a
650 d.C.
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Con seguridad fue considerada de gran valor y
por esto mismo enterrada como parte de un ajuar funerario.
Las diferentes sociedades han considerado el cadáver ya
sea como el último portador del alma que emigra, una
fuente de impureza o como una oportunidad de resaltar
el poder del difunto o de seguir castigándolo y solo en la
cultura occidental para enseñar anatomía en la escuela de
Alejandría, en el periodo helenístico, y luego en Europa.
Todas las sociedades han tenido ritos fúnebres como por
ejemplo los vinculados con las posiciones del cadáver en el
entierro, cremación, inhumación y entierros secundarios.
Los mausoleos, las pirámides, los procesos de momicación,
los días de duelo, los convites a comer durante la celebración
del duelo eran trabajos asociados para resaltar el poder del
difunto, como lo fueron los acompañantes de los muertos
como una de las esposas, algunos sirvientes, animales
domésticos como el gato en el Antiguo Egipto, el caballo
entre los habitantes de las grandes estepas asiáticas, y los
perros en México y Perú precolombinos, y el entierro junto
al cadáver de elementos como armas, joyas y máscaras.
Las máscaras grandes y pesadas, en especial las de
piedras, fueron usadas para resaltar el poder del difunto
y las de menor peso usadas en vida como adorno por los
personajes de alto estatus y poder en las sociedades y luego
cuando se consideraban de gran valor enterrarlas junto al
cadáver. Las piedras verdes como el jade y la jadeíta, tan
usadas por los indígenas de mesoamérica, han sido asociadas
con la fertilidad y el renacer. La pequeña máscara de jade
perteneció a la cultura Nariño, en donde por tener un
agujero en la frente es evidente que se usó como un adorno
colgante de gran valor sobre el pecho para resaltar el estatus
de quien lo lucía (gura 10).
El cobre fue un material empleado en diferentes
momentos y sociedades en América. En Colombia se utilizó
en aleaciones con oro- tumbaga- o solo, en la cultura Zenú se
hicieron cascabeles y en la cultura Nariño, discos y autas
de pan o rondadores.
A las partes del cuerpo las diferentes sociedades les han
dado un signicado similar o diferente. Por ejemplo la
cabellera abundante se ha asociado con unas extensas raíces
capaces de permitir el crecimiento de la plantas, de allí la
asociación de la cabellera con la fertilidad y la sexualidad
y por eso el afán de cubrir la cabellera de la monjas y de
las mujeres islámicas; las gibas o jorobas se han asociado
con la acumulación, el intestino grueso con la retención y
la avaricia, el bazo con la melancolía, el hígado con la ira,
la espalda con la rectitud y la dentadura bien alineada con
el orden y la templanza, los colmillos con la fuerza y la
agresión, como es el caso de las bocas y dentaduras de la
estatuaria de San Agustín (gura 11).
CONCLUSIONES
Se presentan cuatro máscaras nuevas, dos de cerámica,
muy probable Jama-Coaque, la primera posiblemente
mortuoria puede cubrir el rostro de un adulto, que por sus
incrustaciones de piedras verdes en el lugar de los ojos y en
la región sublabial y la simulación de unos dientes alineados
y con colmillos de tamaño normal representa a un sujeto
con poder espiritual y de mando y la segunda, que podría
ocultar el rostro de un adulto más pequeño afectado por
la fase verrucosa de la bartonelosis. Una tercera de concha
también ecuatoriana, talvez sea de carácter votivo y una
cuarta colombiana de cobre del Cauca medio Quimbaya,
usada como adorno corporal.
De las tres máscaras una proviene de las montañas del sur
de Colombia y muestra la bartonelosis en su fase verrucosa o
nodular, producida por Bartonella bacilliformis transmitida
por la picadura de la hembra del mosquito phlebotomo
(Lutzomyia spp), demuestran cómo esta enfermedad se
presenta en diferentes altitudes o pisos térmicos propios de
los valles interandinos como los descritos en Oroya, Perú y
Guáitara, Colombia, así como en la costa pacíca, sitio donde
se ubican las localidades ecuatorianas Jama y Coaque. Esta
enfermedad está restringida a Colombia, Ecuador y Perú.
Pedro Cieza de León describió en la costa ecuatoriana “se
crían en los hombres unas verrugas bermejas del grandor de
nueces, y les nascen en la frente y en las narices y en otras
partes; que, además de ser mal grave, es mayor la fealdad
que hacen en los rostros, y créese que de comer algún
pescado procede este mal”.
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Otra descripción de esta enfermedad la hizo el Inca
Garcilaso en su Historia General del Perú, tomo 1, cap.
XV. En 1531 las fuerzas expedicionarias de los españoles
hicieron un alto en la bahía de Coaqui (Coaque-Ecuador):
”… se les recreció a los de Pizarro una enfermedad extraña y
abominable, y fue que les nacían por la cabeza, por el rostro
y por todo el cuerpo unas como verrugas que lo parecían
al principio cuando se les mostraban; más después, yendo
creciendo, se ponían como brevas prietas y del tamaño
dependían de un pezón, destilando de si mucha sangre,
causando grandísimo dolor y horror, no se dejaban tocar,
ponían feísimos a los que daban, porque unas verrugas