presentación clínica combinada con las imágenes. Sin embargo, según Matthew y
col.
2
el valor de estas modalidades de imágenes sigue siendo controversial y puede
dar lugar a un retraso innecesario de la intervención quirúrgica. La sensibilidad
diagnóstica del ultrasonido, la tomografía computarizada, y la resonancia magnética
ha sido reportada en un 22%, 14% y 40% respectivamente. La laparoscopia es
considerada la “regla de oro” del diagnóstico y tratamiento, y es obligatoria cuando se
sospecha torsión.
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Los diagnósticos diferenciales incluyen tanto patologías
ginecológicas como no ginecológicas. Las primeras son torsión o ruptura de un quiste
de ovario, enfermedad inflamatoria pélvica, embarazo ectópico y ruptura de un quiste
del cuerpo lúteo. Las no ginecológicas incluyen apendicitis, cistitis, cólico biliar o
renal, perforación de una víscera hueca, obstrucción intestinal, adenitis mesentérica
y hernias estranguladas.
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La apendicitis aguda y la torsión del ovario, representan los
dos errores diagnósticos más frecuentes asociados con la torsión de la trompa.
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El abordaje quirúrgico depende de los datos preoperatorios de la edad y los deseos
reproductivos.
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El tratamiento quirúrgico conservador para maximizar la
preservación de la fertilidad debe ser el objetivo del tratamiento en mujeres jóvenes
nulíparas y en embarazadas. La conservación de trompas potencialmente
funcionales, una vez descartado el cáncer, siempre debe intentarse. El éxito
depende de la duración de la torsión y el grado de daño tisular en el momento de la
intervención; la cirugía temprana favorece la conservación de la trompa y la
preservación de la fertilidad, aunque no se ha descrito la correlación entre la
duración de los síntomas clínicos y la tasa de salpingectomía. Esta conservación es
poco usual debido a la dificultad de realizar el diagnóstico preoperatorio correcto.
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Los procedimientos disponibles incluyen la resección tradicional cuando la trompa